CRITICAS DE ARTE
1995, JULIO - ARTE AL DIA - INTERNACIONAL
DIONISIO BLANCO
Una poética de la imagen
Artista en su joven madurez, talento precoz que perfilaba un porvenir fecundo apenas cumplidos los 20 años, abordando la tercera década como profesional de la pintura, Dionisio Blanco se ha destacado por su evolución, sus éxitos, su autonomía. Es hoy por hoy uno de los creadores visuales dominicanos con mayor y continua proyección internacional, firme en sus planes y consciente de sus perspectivas. Hemos tenido la suerte de seguir su trayectoria desde el comienzo, desde el egreso de la Escuela Nacional de Bellas Artes. En aquel tiempo no salían “rebeldes” de la academia oficial, sino “profesores de dibujo” -único título que se otorgaba-, respetuosos de sus maestros y sobre todo de Jaime Colson. Recordamos el realismo escrupuloso del novel y dotado pintor, sus acuarelas, sus paisajes. Una de esas imágenes imborrables fue una vista de la ciudad colonial -era, si la memoria no nos traiciona, un fragmento de muro, y el amarillo predominaba-, seleccionada en la Bienal Iberoamericana Domecq. Coincidimos con la inauguración en México, y Dionisio Blanco, junto a otro artista mucho mayor, era uno de los dos dominicanos expuestos… por cierto en un buen lugar, pese al pequeño formato.
Hubo después el inicio de los Sembradores -entonces dibujos-, el Primer Premio de la Bienal Nacional y un éxito fulgurante, convirtiéndose esa simbiosis de estampa rural y realismo/surrealismo fantástico en el acontecimiento del momento. Dionisio Blanco se dedicó más a la pintura, colocó a sus campesinos en escenarios de paz, espacio y trópico, los fue ensombrerando, mientras su paleta cantaba en verde y azules, a la vez luminosos y profundos. No ha cesado el artista de investigar el tema, de modificar los colores, de enriquecer y refinar los signos pictóricos, al compás de una acogida sólidamente exitosa, dentro como fuera del país. Manejando también con facilidad la palabra y la crítica, ha agregado a las búsquedas puramente plásticas, reflexiones metafóricas y simbolistas.
...”Sembradores, Máquina de la Fantasía”, “Sembrador como Cartas del Deseo”, “Sembradores frente a les Ojos del Silencio”, los títulos son evocadores. Dionisio Blanco mantiene un lema -los Sembradores- inagotable en sus variaciones. Y si la realidad campesina, centrada por razones geográficas en los campos arroceros, lo motiva, él nunca pinta instalado con su caballete, delante de los labradores, tampoco lo hace en base a fotografías testimoniales. Desprendiendo las figuras y su marco circundante de su contexto observable, opera una transmutación imaginaria. Flota una atmósfera de cuentos de hadas, de leyendas simultáneamente vernáculas y sofisticadas. Su mundo es tan extraño corno conocido...
Desde que el creador visual decidió apartarse de la interpretación minuciosa de un “modelo”, se volcó liada si Surrealismo, pero evitando formulaciones traumáticas y ciertamente alejado de toda “escritura automática” o absurda. Dionisio Blanco ha preferido la vía de la seducción, de la metamorfosis accesible gracias a referencias, si no constantes, frecuentes. Nos propone una fusión real-fantástica, real-maravillosa, entre los sembradores, objetos, pájaros, frutos, tierra, agua, cielo, susceptibles de convertir cualquier elemento en una entidad viviente y por supuesto ignota. Reinan las Mil y Unas Noches del Trópico antillano. Un genio-espiga translúcida brota de una botella… El bohío camina... El racimo de plátanos se vuelve enjambre verdeante… Abundan los sujetos en etapa de mutación, que probablemente completarán su nuevo ciclo, su cambiada identidad, cubriéndose con el mítico sombrero... No cabe duda de que el sombrero constituye un soporte conceptual y compositivo de la pintura de Dionisio Blanco, Podríamos añadir su vertiente cromática: el bermellón, realzando la luminosidad de la cinta verde, tan necesaria e integrada. El sombrero no solamente propicia una sombra etimológica, sino provoca el misterio. Diríamos más, es una alegoría del misterio, omnipresente en cada cuadro. ¿Esconde el rostro endurecido al aire libre? ¿Disimula, y da forma a una especie de hombre invisible? ¿Será una morfología insólita, dotada de vida propia? ¿Se habrá convertido en el sello iconográfico, inconfundible, que “delata” a su autor? En fin, se multiplican las lecturas, según la sensibilidad y la inventiva del contemplador, y no hay un analista de la obra que disminuya o descarte su ingrediente de fascinación... hasta hacerlo leit-motiv del texto.
Los escenarios de Dionisio Blanco comunican tranquilidad. De esos emana una quietud feliz, bucólica, y perenne, tal vez porque están desligados de nuestra actualidad en proceso de transformación acelerada, y sugieren una existencia interior, más allá de lo físico, verdaderamente “meta-física”. Pensamos entonces en el concepto expresado por la maestra mexicana, Olga Sáenz: “La obra de arte metafísica es, en relación a su aspecto, serena, pero da la impresión de que algo nuevo debe ocurrir en esa misma serenidad, y que otros signos, además de los ya evidentes, deban aparecer en el cuadro de la tela. Tal es el síntoma de la profundidad habitada. Asimismo la serenidad de los sembradores no significa inmovilidad y placidez. Cuando nos sumergimos en los espacios y distancias, en la precisión implacable de las formas, en la embriaguez del color, una especie de vértigo se apodera de nosotros, y nos preguntamos cómo esa pintura, metáfora del silencio -pocas obras evocan tanto el silencio como la de Dionisio Blanco- posee aquella increíble elocuencia, esa intuición a una lectura plural Cualquier explicación lógica cede ante la intuición, la sugestión, la introspección. Retornamos a las profundidades del misterio y a los inagotables fenómenos desconocidos, gestados por el pintor. En esa lectura plural que mencionamos, no olvidamos el aspecto teatral de las composiciones, cuyos planos paralelos ascienden hacia el horizonte. A la vez telones y escenarios, por la simbiosis de bidimensionalidad y tridimensionalidad, un sabio juego da luces tos recorre, mientras las líneas y los matices perfilan rigurosamente los detalles a manera de los accesorios en una hermosa escenografía. Una escenografía habitada por la danza o la pantomima, más que por un cruce de diálogo... El silencio decididamente no puede obviarse, o tal vez el fondo musical de un “adagio” acompaña a los sembradores.
Es nuestra versión de la poética de Dionisio Blanco.
Marianne de Tolentino
Crítico de Arte del Listín Diario.
Ex-Presidenta de la Asociación Dominicana de Críticos de Arte
y Miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte
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DIONISIO BLANCO
¡Sobre los límites del sueño y la vigilia!
Por Amable López Meléndez
Miembro de AICA/Curador Jefe del Museo de Arte Moderno.
“Esta es la utilidad de la memoria para la liberación: no reduce el amor sino lo expande
Más allá del deseo y por lo tanto nos libra de futuro y pasado”.
T. S. Eliot (1888-1965)
Nunca como en estos violentos y cegadores umbrales del siglo XXI, la humanidad había urgido tanto del delirium, la imaginación y la mirada alucinadora de los artistas; de sus mas bellas subversiones; de sus cristalinos, abrasadores y fértiles abismos espirituales. Y no para evadir la realidad, sino, precisamente, para comprenderla y expresarla mejor. De ahí que las series pictóricas más recientes de Dionisio Blanco (1954) se me revelan como pretexto especular sobre la posibilidad de una “pedagogía” del deseo, la libertad y la iluminación ante un instante posmoderno, terriblemente maquinal y despiadado que estalla como presagio de la perdición del derecho a la fantasía, la maravilla y el lúdico extrañamiento.
Y es en pleno ejercicio de este derecho que Dionisio Blanco, a partir de un ejercicio especializado de las licencias propias de lo onírico y la ficción pura, desarrolla una producción pictórica mutante a través de la cual llega a franquear las puertas de la percepción al mismo tiempo que materializa con poderosa creatividad y extraordinaria lucidez, las imágenes de una cartografía de la memoria y el deseo que prospera y prolifera desbordando los límites de la realidad y la razón.
En sus series tituladas “Sembradores sobre el Trópico Secular” (1984-1994); “Fantasías Oníricas de Sembradores” (1996-2000); “Sembradores frente al falso Espejo” (2004); “Sembradores como el Humo Sagrado”; “Sembradores Míticos” y “Sembradores como Vasos Comunicantes”(2007); “Sembradores sobre la Memoria de la Tierra”, “Sembradores sobre la memoria del Mar” y “Sembradores en Evaporación” (2008-2014), confrontamos las imágenes de un distintivo universo ficcional, construído a partir de una esplendorosa polisíntesis estilística y un virtuosismo formal de inequívocas raíces vanguardistas.
La producción pictórica, dibujística y escultórica de Dionisio Blanco se proyecta como una de las elaboraciones simbólicas más brillantes y sofisticadas de la dominicanidad y la consciencia caribeña. Desde este universo pictórico tan deliciosamente enigmático como intensamente pasional -más que irracional-, y anegando con genialidad y sutileza inevitables los súbitos territorios del goce estético, Dionisio Blanco nos entrega una esplendorosa deconstrucción metafórica de las instancias existenciales del yo, la mismidad y lo fantasmatico.
En efecto, ante la producción global de Dionisio Blanco se confirma la advertencia de que su poética pictórica resulta animada por la intima convicción de que la memoria, el sentido de la tierra y la recuperación del valor antropológico de lo imaginario, están entre los mayores retos del arte de nuestro tiempo. Y es que la libertad de imaginar y de poder expresar sus creencias, visiones, sentimientos y pensamientos más íntimos, constituye uno de los resortes esenciales en la ética creadora de Dionisio Blanco.
La importancia de la ficción como asunto artístico en la producción reciente de Dionisio Blanco, radica en el potencial representativo y propiciador de las otredades de lo real y la subjetividad. En el extracto de las series señaladas que en esta ocasión exhibe la Galería Shanell, Dionisio Blanco nos deslumbra con unos espacios pictóricos mixtificados a partir de un viraje espiritual y una perspectiva estética que lo llevan a representar simbólicamente una realidad y una irrealidad que superan lo concreto; una realidad maravillosa que no admite los márgenes de la razón y que para ser percibida requiere la puesta en crisis de la mirada y el pensamiento de la modernidad.
La ficción es una exigencia de la práctica estética y es también una despedida de la razón; un efecto de la videncia imaginativa y ésta, como cualquier otro estado límite de la vigilia y la experiencia humana, implica una modificación de la percepción de lo real. El misticismo, ese estado de conciencia tan cercano a lo que se considera “locura” y alucinación en Occidente, es también una condición del fenómeno estético. Todo artista auténtico es esencialmente un poeta, un vidente, un taumaturgo y un metafísico.
Los grandes artistas no son únicamente los que inventan un nuevo lenguaje, sino también los que llegan a los límites de éste. Y, sin temor de exagerar, creo que este es el caso de Dionisio Blanco, pues su repertorio simbólico debe su efectividad estética a una extraña capacidad renovadora con la que logra revelar aspectos contradictorios y complementarios de un contexto antropológico e identitario que nos lleva a cuestionar los diferentes niveles del “relato” historicista que ha forjado la identidad personal y colectiva en casillas autoritariamente concretas y definidas.
Sólo a través del sueño y más allá de la vigilia, en el inefable territorio de la ficción, donde ya nada nos importa como en el amor, la sensualidad desbordada o en los mismos trances de la imaginación, es decir, sólo en los estados límites de nuestra consciencia escindida, llegamos a saltar sobre el asombroso abismo del “nonsense”, el azar, el deseo, el presente abducido y la temporalidad artificial que proclaman el deslumbramiento, el desarraigo cósmico y el desasosiego de la condición humana contemporánea.
Desde Luego, a la hora de confrontar la obra pictórica reciente de Dionisio Blanco es necesario que nos adentremos en el reino expansivo de la metáfora; abrirnos a las posibilidades del juego infinito, descentrando la mirada frente a lo real para poder advertir la capacidad sugestiva del cauda imagético, asi como la misma densidad poética de un universo simbólico que opera desde los signos de la ambigüedad y la paradoja. Ante estas imágenes es inútil resistirse al estallido de una memoria laberíntica en la que se combinan las más extrañas asociaciones. De ahí la complejidad formal de las composiciones en su intento por plasmar esa realidad múltiple que se fragmenta y se yuxtapone alternativamente, pues la ficción misma se materializa a través de una fluida red de espacios cromáticos y símbolos de significados en perpetua mutación.